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jueves, 5 de julio de 2012

Revisionismo del concepto de "la tercera España"

No es la primera vez en nuestra historia que es necesario
apelar a la voz de la tercera España; en un pasado no tan
lejano personalidades como Ortega, Madariaga, Sánchez
Albornoz, Machado, Galdós, Unamuno, Besteiro o Marañón
alertaron sobre las consecuencias de una división entre
españoles que podría tener –como de hecho tuvo—graves
consecuencias. Y a una tercera España que sufría las
consecuencias de un enfrentamiento esteril, artificial y
peligroso; una tercera España que no se sentía
representada por los protagonistas políticos de aquellos
tiempos.
  Según Milagrosa Romero Samper (2005: 308), la expresión de Tercera España fue “acuñada por un sector crítico de la República durante la misma guerra, y designaba precisamente a esa parte de españoles que no se identificaban con ninguno de los dos bandos o, mejor, que disentía del curso que habían tomado los acontecimientos en el propio”. Este intento de definición deja bastante claro que el rótulo de Tercera España es lo bastante amplio y difuso como para abarcar a todos los decepcionados o descontentos de ambos bandos, con la infinidad de matices que puede caber en tal abanico. Existen pocos o ningún estudio científico de conjunto sobre los integrantes de la llamada Tercera España, con lo cual el rótulo se aplica a personalidades y actuaciones de signo muy variado.
La denominación conlleva habitualmente una serie de criterios implícitos. Primero, se aduce que los integrantes de la Tercera España no desearon la guerra; los que no pudieron huir fueron actores pasivos de la guerra. Por lo tanto, serían esencialmente pacifistas. De ahí sus esfuezos en vista de la mediación, la concordia, la reconciliación. Así, los primeros nombres que vienen a la mente cuando se habla de la Tercera España son los de Salvador de Madariaga, Niceto Alcalá-Zamora o Alfredo Mendizábal, tres hombres que intentaron federar los que como ellos no tenían cabida en ninguna de las dos Españas, para propiciar un acuerdo entre ellas.
Es que el concepto de Tercera España remite directamente al tópico del caínismo redentor de las dos Españas (Bueno, 1998). Un dualismo tan petrificado que, lógicamente, no deja sitio para un tercer término: la Tercera España resulta entonces ser el tercio excluso. Encarna la tercera vía, reformista, entre reacción y revolución; es decir la tercera ‘R’ de la lucha triangular que se dió en toda la Europa de entreguerras. La España derrotada en la Guerra Civil fue la España liberal, excluída de facto por una lógica política que José Varela Ortega (1972) pudo definir como una tenaza con dos brazos y un único objetivo a batir: “reacción y revolución frente a reforma”. Por lo tanto, la Tercera España se definiría políticamente como liberal y moderada, contraria a todo radicalismo o sectarismo; de ahí que se asimile a una posición política de centro, como lo fue el corto Gobierno de Manuel Portela Valladares en 1936, citado a veces como representante de la Tercera España.
De este modo, se puede definir también la Tercera España como la síntesis dialéctica entre las otras dos. Vendría pues ser algo así como la solución al eterno cainismo español, trágicamente encarnado en la Guerra (in)civil; la fórmula del perdón mútuo entre “hunos” y “hotros”. Una visión algo utópica que no deja de estar presente en el espíritu de concordia que hubiera reinado durante la Transición democrática española. “En este sentido, las dos Españas que lucharon en 1936 se habían convertido en la Tercera España de consenso democrático”, escribe por ejemplo Paul Preston (2003: 25). Dejando de lado esta Tercera España de la Transición, cuya visión un tanto idílica corresponde con un giro historiográfico propiciado por la necesidad de encontrar una fórmula política de reconciliación y convivencia nacional, nos centraremos en el presente artículo en los orígenes de la Tercera España, es decir en el exilio de 1936.
En efecto, podemos entender con Paul Aubert (2006: 37) que los primeros protagonistas de la Tercera España son “los intelectuales liberales [que] huyen de la revolución que, a su parecer, ha estallado en la zona republicana y no quieren vivir en la zona ‘nacional’ privada de libertades políticas”. Estos intelectuales –Ortega, Marañón, Unamuno, Pérez de Ayala, Pío Baroja, etc.– ya se habían alejado de la República, pidiendo su “rectificación” o cambio de rumbo, y habían mostrado su distancia respecto a la política del Frente Popular. Esta disidencia republicana se transformó paulatinamente (y en diversos grados) en una adhesión al régimen de Franco: como muchos  de sus homólogos europeos durante el periodo de entreguerras, algunos liberales españoles cedieron a la tentación autoritaria. Estos intelectuales fugitivos, “ora considerados como chivos expiatorios, ora como traidores”, eran sin embargo sospechosos en ambos bandos, y cultivaron en cierta forma esta aparente equidistancia.
El concepto " la tercera España" adquiere en la actualidad
una vigencia enorme, cada vez es mayor la gente que no
se siente representada por los partidos políticos actuales.
Existen a lo largo de la historia de nuestro pais claros ejemplos
de personas que vivieron en " las aristas" aquellos que fueron
denostados por los propios y por los contrarios.
Yo me siento unido ideológicamente a ellos y por eso quiero rendirles
este homenaje que se intentara plasmar en varias entradas.

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